Recuerdo que nos conocimos por el messenger un lunes once de enero. No puedo por menos que sonreír con el recuerdo de ese número. ¡No fue el diez, tuvo que ser el once! ¡Cómo si fuese un símbolo! Del cupón que nos ofrece, el boleto de los viernes, con sus miles de euros.
Tuve suerte de conocerte, de poder tener contigo discusiones sobre el euro. “El poder del mismo” en el horizonte europeo, en su competición con Oriente Medio. Te expliqué un texto de un libro de Benedetti, sobre un mito griego de nombre Eco, que fue el único que existió en los Olimpos mitológicos que no conquistó Zeus.
Te conté de Eco. Fue espejismo hecho mujer de los sueños del Dios mitológico Zeus. Eco, uno de los mitos que Zeus no pudo poseer por los celos de su cónyuge. Eco sufrió el destierro por orden del consorte de Zeus, tuvo que vivir en los bosques. Dicen que en los bosques se pueden oír los gritos de Eco por sus múltiples ecos.
Te expliqué éste, y otros muchos cuentos, queriendo verlos contigo en el cine. Los dos vestidos con motivo simbólico de festejo. Tú de gris y yo con un vestido de color celeste como tus ojos, hombretón. Después el paseo nocturno entre luces de neón, el cruce de tus ojos con los míos de color miel se mezcló. Nos sentamos a comer, en el Rincón del sol. El sitio escogido por los dos. Un cielo cubierto de nubes de color rojo. Nuestros ojos vieron un horizonte juguetón. Tuvimos unos minutos de prólogo con un sorbito de vino tinto. El chef nos sirvió fideos, con pimientos verdes, queso de burgos y de postre melocotones rojizos como tus mofletes.
El messenger fue el escondite “perfecto” de nuestros “supuestos encuentros”
-¿ Dónde quieres ir Rocío?- yo siempre te respondí del mismo modo
- donde usted me lleve, si es posible, donde el viento toque nuestros rostros.
El encuentro no ficticio se produjo un mes de octubre en un pequeño despacho; en el círculo del reloj pude ver el diecisiete en punto. Viniste como los toreros en el ruedo. Vestido de color gris, como en mis sueños. Tu perfume inmundo en el ridículo despacho. Concebí tu voz con “fluidez”. Mi timidez se escondió, sentí como si fueses de mi entorno desde siempre.
Me despedí de ti; estreché mis cinco dedos con tus otros cinco y te vi de lejos introducirte en tu coche, un BMV rojo.
El messenger se te hizo pequeño, tus ruegos sobre cuestiones de “sexo” se hicieron frecuentes.
El destino hizo que, ese “ser” de nombre "muerte”, surgió “de pronto” y se llevó a un ser muy querido para mí.
El messenger se hizo invisible; los cerré por unos meses e intuí los besos, flores, iconos del messenger, “obsequios” de tu dedo índice con clic del ratón.
El destino se desvió; otro individuo presente entre los dos. Nos convertimos en un trío. Te despediste de mí el mes de los libros, en el territorio de los Condes, en el que tuvieron un hijo hoy convertido en rey. Un vientre, de un mes de Festejo, el de los Jordis.
Luis, “mi príncipe gris”. En el presente, consorte de un ser que estuvo presente en mis juegos de niñez, cómplice de secretos de mi juventud. Fuimos el dúo perfecto. Estuve con tu cónyuge en su consorcio con su primer consorte, intervine con ese ser cercano y fui testigo del crecimiento de tus hijos; lloré, reí, con ese ser y su ex.
Todo eso terminó, con sólo un clic de ratón de un nick de mote “el pollo”.
-¿ Tu nombre es Rocío?.
-Sí, ¿y el tuyo pollo?.
-Jejeje. Mi nombre es Luis.
Luis, un hombre con su miembro derecho inmóvil se comunicó conmigo. Lo nuestro duró ocho meses, el tiempo que duro tú lesión. Tu cerebro obedeció de nuevo tus órdenes. Tu pie volvió por el sendero de los pasos correctos.
¡Y por fin te convertiste en el cónyuge de un ser de mi medio!
Sé que no fuiste tú el que me visitó, fue tu doble. Siempre existen dobles en los messengers. Luises... cuyos rostros son múltiples de un cebo. Tú sólo pusiste el cromo de tu rostro en el messenger.
No te tengo rencor; sólo espero que el “eco” de tu mente te recuerde el dolor producido en “mí”.
Suerte Rocío
Tuve suerte de conocerte, de poder tener contigo discusiones sobre el euro. “El poder del mismo” en el horizonte europeo, en su competición con Oriente Medio. Te expliqué un texto de un libro de Benedetti, sobre un mito griego de nombre Eco, que fue el único que existió en los Olimpos mitológicos que no conquistó Zeus.
Te conté de Eco. Fue espejismo hecho mujer de los sueños del Dios mitológico Zeus. Eco, uno de los mitos que Zeus no pudo poseer por los celos de su cónyuge. Eco sufrió el destierro por orden del consorte de Zeus, tuvo que vivir en los bosques. Dicen que en los bosques se pueden oír los gritos de Eco por sus múltiples ecos.
Te expliqué éste, y otros muchos cuentos, queriendo verlos contigo en el cine. Los dos vestidos con motivo simbólico de festejo. Tú de gris y yo con un vestido de color celeste como tus ojos, hombretón. Después el paseo nocturno entre luces de neón, el cruce de tus ojos con los míos de color miel se mezcló. Nos sentamos a comer, en el Rincón del sol. El sitio escogido por los dos. Un cielo cubierto de nubes de color rojo. Nuestros ojos vieron un horizonte juguetón. Tuvimos unos minutos de prólogo con un sorbito de vino tinto. El chef nos sirvió fideos, con pimientos verdes, queso de burgos y de postre melocotones rojizos como tus mofletes.
El messenger fue el escondite “perfecto” de nuestros “supuestos encuentros”
-¿ Dónde quieres ir Rocío?- yo siempre te respondí del mismo modo
- donde usted me lleve, si es posible, donde el viento toque nuestros rostros.
El encuentro no ficticio se produjo un mes de octubre en un pequeño despacho; en el círculo del reloj pude ver el diecisiete en punto. Viniste como los toreros en el ruedo. Vestido de color gris, como en mis sueños. Tu perfume inmundo en el ridículo despacho. Concebí tu voz con “fluidez”. Mi timidez se escondió, sentí como si fueses de mi entorno desde siempre.
Me despedí de ti; estreché mis cinco dedos con tus otros cinco y te vi de lejos introducirte en tu coche, un BMV rojo.
El messenger se te hizo pequeño, tus ruegos sobre cuestiones de “sexo” se hicieron frecuentes.
El destino hizo que, ese “ser” de nombre "muerte”, surgió “de pronto” y se llevó a un ser muy querido para mí.
El messenger se hizo invisible; los cerré por unos meses e intuí los besos, flores, iconos del messenger, “obsequios” de tu dedo índice con clic del ratón.
El destino se desvió; otro individuo presente entre los dos. Nos convertimos en un trío. Te despediste de mí el mes de los libros, en el territorio de los Condes, en el que tuvieron un hijo hoy convertido en rey. Un vientre, de un mes de Festejo, el de los Jordis.
Luis, “mi príncipe gris”. En el presente, consorte de un ser que estuvo presente en mis juegos de niñez, cómplice de secretos de mi juventud. Fuimos el dúo perfecto. Estuve con tu cónyuge en su consorcio con su primer consorte, intervine con ese ser cercano y fui testigo del crecimiento de tus hijos; lloré, reí, con ese ser y su ex.
Todo eso terminó, con sólo un clic de ratón de un nick de mote “el pollo”.
-¿ Tu nombre es Rocío?.
-Sí, ¿y el tuyo pollo?.
-Jejeje. Mi nombre es Luis.
Luis, un hombre con su miembro derecho inmóvil se comunicó conmigo. Lo nuestro duró ocho meses, el tiempo que duro tú lesión. Tu cerebro obedeció de nuevo tus órdenes. Tu pie volvió por el sendero de los pasos correctos.
¡Y por fin te convertiste en el cónyuge de un ser de mi medio!
Sé que no fuiste tú el que me visitó, fue tu doble. Siempre existen dobles en los messengers. Luises... cuyos rostros son múltiples de un cebo. Tú sólo pusiste el cromo de tu rostro en el messenger.
No te tengo rencor; sólo espero que el “eco” de tu mente te recuerde el dolor producido en “mí”.
Suerte Rocío
JuliA Muñoz Haba ( Texto sin la vocal A)