Uno de los días más felices de mi vida
Uno de los días más felices de mi vida fue una tarde lluviosa de un sábado que, se fue en un suspiro y su recuerdo me embriagaba durante toda la semana. Una llamada inesperada que transmite todos los “te quieros” habidos y por haber.
Unos de los días más felices de mi vida va sujeto a un beso, a una camisa lila,
a un ¡qué guapa estás!, a una mirada oscura, a un pelo brevemente cubierto de una hileras blancas.
Uno de los días más felices de mi vida está marcado en el calendario de mi mente en la se plasman, imágenes vividas que a veces me hace un guiño y dibujan en mi boca la más tonta de las sonrisas.
Uno de los días más felices de mi vida está unido al número de la matrícula de su vehículo, a las nueve cifras de su teléfono, al nombre de la calle donde se produjo nuestro primer encuentro.
Uno de los días más felices de mi vida hoy, es tan solo un recuerdo que el destino envidioso quiso quitarme sin lógralo del todo pues el recuerdo de ése día permanece enganchado en mis pensamientos.
Uno de los días más felices de mi vida fue el día de San Jordi del pasado año cuando San Jordi, se disfrazó de “motorista” y quiso arrancarme la espina que tanto daño producía en mi corazón. Sin que le doliera a él pero, en su afán de no querer dejar ni rastro de mi herida. La llaga se desgarró haciéndose todavía más grande la herida, se esparció tanto que al “motorista” disfrazado de San Jordi se le contagió mi dolor era tanto su sufrimiento, que lo cubrió de una indiferencia absurda para alejase de mí.
Uno de los días más felices de mi vida fue aquel en el que conocí al ser que me dio la vida, abrazarla, quererla, sentirla, reír y llorar como solo se hace con una madre. Gracias a mi madre mi vida está inundada de días felices, días, en los que ella no quiso dejarme sola y compartí y comparto esos días con mis cuatro hermanos para que así los días no sólo sean bonitos, o felices, sino “maravillosos”.
Julia Muñoz Haba
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La palabra que Dios no me negó
Creo recordar que, desde que tengo uso de razón, comprendí que tenía que encontrar la manera de comunicarme con los demás. Yo pienso que todos somos iguales, que ningún tipo de minusvalía debe marca diferencia entre un sector como nuestro. Pero no es así, cuando una persona que lleva muletas, o va en silla de ruedas o simplemente camina con más dificultad de lo normal, en el momento en que toma asiento deja sus bastones y la silla de ruedas queda aparcada en el lugar indicado. Estos seres se transforman al adquirid ese don divino como es la palabra, son muchos los que se olvida de sus limitaciones. He visto cantidad de veces ese cambio tan trascendental, hay personas a las cuales se le infla el pecho como el airbag de un coche.
Es curioso cómo cambian las cosas cuando tienes un tipo de disminución que te impide expresar verbalmente tus sentimientos. Te sientes odiosamente solo, tan desprotegido que te tambaleas y tan solo deseas que la persona que tienes al lado no te pregunté nada. Qué terriblemente injusto los que no podemos articular palabra alguna o nos cuesta el poder hablar. No tenemos derecho alguno a olvidarnos de nuestra enfermedad, aunque solo sea por un par de horas.
La mayoría de la gente piensan que somos idiotas, otros simplemente te ignoran. Si he de ser sincera, no sé que duele más.
Hay una etapa en la que el silencio es tú mejor amigo. Te dejas envolver en él como un papel de celofán por el cual puedes ver y oír como se expresan los demás. Los demás, siempre los demás…
Hubiera dado cualquier cosa por poder preguntar la hora a ese especie de príncipe multicolor. Y así quizás poder entablar una posible amistad.
Un día no sé por qué, comencé a escribir: las sílabas se convirtieron en palabras, las palabras en frases, las frases en ideas y las ideas en historias.
Hoy mis manos temblorosas se pasean por el teclado del ordenador, al igual que antes lo hicieron por una máquina portátil y, posteriormente, en una eléctrica.
Mañana iré a clase de literatura, para que la profesora me haga las correcciones oportunas. Pasado me tendré que “pelear” con el editor para que me publiqué éste u otro escrito. Seguiré leyendo de madrugada para poder escribir de qué trata éste o aquel libro. Consultaré una y mil veces el diccionario ante la más mínima duda
Escribir forma parte de mi vida. Por este motivo he plasmado en el papel de viva voz lo que no puedo expresar con palabras, y al hacerlo es como si yo también descansara un momento o lo que es mejor encuentro donde apoyarme y hago trizas mi enmudecimiento.
Sé que cuando algunos lean éste escrito se reirán. Otros me exigieran que le escriba algo parecido cada trimestre, eso no es posible porque mi mundo no gira en torno a mi discapacidad. Tengo la mala costumbre de dejar que sea el corazón y no la sensatez quien me dicte lo que escribo.
Aunque puede que quizás alguien en algún lugar, una vez que haya leído este texto coja un lápiz o un bolígrafo y rompa su silencio.
Para mí escribir es la palabra que Dios me regaló para compensarme de un silencio que yo no le pedí
Julia Muñoz Haba
Uno de los días más felices de mi vida
Uno de los días más felices de mi vida fue una tarde lluviosa de un sábado que, se fue en un suspiro y su recuerdo me embriagaba durante toda la semana. Una llamada inesperada que transmite todos los “te quieros” habidos y por haber.
Unos de los días más felices de mi vida va sujeto a un beso, a una camisa lila,
a un ¡qué guapa estás!, a una mirada oscura, a un pelo brevemente cubierto de una hileras blancas.
Uno de los días más felices de mi vida está marcado en el calendario de mi mente en la se plasman, imágenes vividas que a veces me hace un guiño y dibujan en mi boca la más tonta de las sonrisas.
Uno de los días más felices de mi vida está unido al número de la matrícula de su vehículo, a las nueve cifras de su teléfono, al nombre de la calle donde se produjo nuestro primer encuentro.
Uno de los días más felices de mi vida hoy, es tan solo un recuerdo que el destino envidioso quiso quitarme sin lógralo del todo pues el recuerdo de ése día permanece enganchado en mis pensamientos.
Uno de los días más felices de mi vida fue el día de San Jordi del pasado año cuando San Jordi, se disfrazó de “motorista” y quiso arrancarme la espina que tanto daño producía en mi corazón. Sin que le doliera a él pero, en su afán de no querer dejar ni rastro de mi herida. La llaga se desgarró haciéndose todavía más grande la herida, se esparció tanto que al “motorista” disfrazado de San Jordi se le contagió mi dolor era tanto su sufrimiento, que lo cubrió de una indiferencia absurda para alejase de mí.
Uno de los días más felices de mi vida fue aquel en el que conocí al ser que me dio la vida, abrazarla, quererla, sentirla, reír y llorar como solo se hace con una madre. Gracias a mi madre mi vida está inundada de días felices, días,
en los que ella no quiso dejarme sola y compartí y comparto esos días con mis cuatro hermanos para que así los días no sólo sean bonitos, o felices, sino “maravillosos”.
Julia Muñoz Haba
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